Las reservas limitadas, los conflictos sin fin y la creciente necesidad de energía han propiciado convertir los biocombustibles en negocio
El modelo económico de los países desarrollados está especialmente vinculado al consumo de energía, que sigue creciendo mientras las reservas propias de gas y petróleo, según la British Petroleum, apenas llegan a diez años en Estados Unidos y a poco más de 25 en la Unión Europea. Los problemas son evidentes pero no las soluciones que se están dando. El reparto del mundo después de la Segunda Guerra Mundial fue, sobre todo, de los recursos, entre los que la energía, petróleo y gas, lideraron todos los demás. Sangre por petróleo ha sido el lema sin más límite que la resistencia de los pueblos. Los hechos y las guerras permanentes lo confirman, pero en cambio ahora se trata de una guerra soterrada, no menos perversa, donde el negocio es hambre por biocombustibles.
La realidad de unas reservas limitadas, los conflictos sin fin y la creciente necesidad de más energía cada vez, han propiciado la oportunidad de hacer negocio a cualquier precio, convirtiendo así los biocombustibles en el escenario para hacer dinero a pesar de la ruina ecológica que supone y de la contradicción que encierra.
Los agrocombustibles, como deberían llamarse, se obtienen en extensos cultivos de maíz, remolacha, caña, trigo, etc., de los que se obtiene el bioetanol, o de los cultivos oleaginosos como la colza, el girasol, la soya, etc. para el biodiésel, destinados ambos a sustituir o a complementar el diésel o la gasolina en los vehículos.
Hay cuatro cuestiones clave: extensión, cultivos, rendimiento y biomasa.
Extensión: La Tierra tiene una superficie de 13 041 millones de hectáreas de las que 4 155 no son cultivables; 3 869 son de bosque y 5 017 agrícolas. Esta superficie agrícola se reparte, según datos de 2001 de la FAO de las Naciones Unidas, en el 30,5 por ciento —1 530 millones de hectáreas— para cultivos y el 69,5 por ciento para pastos. Es decir, la superficie agrícola es de 0,77 hectáreas por persona y la cultivable solo de 0,24 ha/persona.
Esto es lo que tenemos pero a la baja, pues en los últimos 15 años la cubierta forestal ha disminuido un tres por ciento y la destinada a cultivos y pastos también está en retroceso por la creciente desertización.
Cultivos: Dependiendo del tipo, zona y demás factores, la productividad bruta de bioetanol y biodiésel, estimándola muy por arriba para facilitar la comprensión y abreviar, digamos que es una tonelada por hectárea al año (Para la soya 0,4 t/ha y 0,9 t/ha para el girasol). El consumo primario mundial de energía de gas natural y petróleo es de 5 881 t/año que hemos de comparar con las 5 017 hectáreas agrícolas disponibles para cultivos y pastos de donde se pretende sacar ahora parte de la energía.
Como una hectárea produce una tonelada bruta de bioetanol o biodiésel, con un rendimiento neto que, en el mejor de los casos, no supera el 30 por ciento, es decir 0,3 t/ha haciendo una estimación muy generosa, para sustituir el consumo de petróleo y gas necesitaríamos casi cuatro veces (3,91) la superficie mundial dedicada a cultivos y pastos, aunque la mayoría de los suelos no podrían utilizarse por ser inadecuados o de mala calidad.
Para centrar el problema, si quisiéramos sustituir solo el cinco por ciento del consumo de petróleo y gas, necesitaríamos sacrificar el 20 por ciento de la superficie agrícola total de cultivos y pastos, pero si nos referimos solo a la superficie de cultivos, este cinco por ciento requeriría disponer del 64 por ciento de las 1 530 ha de tierra cultivable en el mundo.
Rendimiento: El modelo agrícola también está basado en elevados consumos de energía: mecanización de los procesos agrícolas, abonos, pesticidas, arado, siembra, riego, recolección, transporte y el resto de actividades están basadas en el gasto de energía, principalmente petróleo y gas. Este modelo agrícola, cuestionado hace tiempo, por su bajo o negativo rendimiento energético en cultivos tanto intensivos como extensivos, se mantiene gracias a un desproporcionado y creciente consumo de energía que la naturaleza después no puede compensar.
La sobreexplotación de los suelos hace disminuir los nutrientes, aumenta el consumo de agua y altera el ecosistema, traduciéndose todo en menores rendimientos y requiriendo mayor aportación de recursos que siempre provienen de más y más energía como abonos, pesticidas, bombeo de agua, etcétera.
El rendimiento energético de los cultivos destinados a los biocombustibles es muy bajo o negativo, en relación con la aportación energética necesaria para su obtención. Es decir, para obtener una caloría en estos cultivos hemos de aportar como mínimo 0,7 calorías y a medida que el cultivo se hace más intensivo, más de una caloría. Aunque este rendimiento energético sea negativo no implica que no sea un buen negocio para otros, cuando se juega con costos sociales que no se imputan en los costos que afectan al rendimiento, como la degradación de las tierras, del ecosistema, expropiaciones, créditos blandos, subvenciones, ventajas fiscales, etc.
Biomasa: La obtención de energía a partir de la tala de bosques o el aprovechamiento de residuos agrícolas o forestales, produce un efecto de desnutrición y de erosión de los suelos haciéndolos improductivos y favoreciendo la desertización.
La sobreexplotación de los residuos agrícolas que actúan como nutrientes o de la masa forestal, contribuye a agravar más la situación, no a solucionarla. Los suelos se fertilizan con el reciclaje de sus propios residuos.
EPÍLOGO
Los biocombustibles no son una energía alternativa. Además, el rendimiento energético de la agricultura industrializada está cuestionado y es negativo —si no lo es ya en el inicio— en cuanto se agotan las ventajas iniciales del suelo virgen rico en nutrientes.
El empleo generalizado de transgénicos lo complica todavía más. Los cultivos realizados hasta ahora han ocupado extensas áreas empobreciendo y excluyendo a la población al actuar en detrimento de su agricultura secular, lo que está provocando desplazamientos masivos y unos enormes problemas sociales.
La agresión a la naturaleza ejercida sobre la biomasa para obtener biocombustibles es mucho más grave que los actuales problemas de Kyoto y el cambio climático, aparte de la depauperación y la miseria en que se sumiría, todavía más, a todo el Tercer Mundo desposeyéndolo de sus cultivos para obtener agrocombustibles en vez de alimentos, sin que tampoco se resuelvan los problemas energéticos existentes, sino agravándolos.
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